¿POR QUÉ REPRENDER AL PUEBLO, CUANDO SE TRATA DE INTERPRETARLO Y CONDUCIR SUS ANHELOS?


Como suele ocurrir con los pensadores y figuras históricas del movimiento transformador y revolucionario, desde Jesucristo y Marx hacia adelante, la esencia del pensamiento bolivariano no ha sido entendida. Se repiten sus frases sin comprender realmente el fondo de sus reflexiones. De Bolívar se memorizan sus gestas militares y se señala su anti imperialismo, pasando por alto el fundamento de todas las demás aristas de su gigantesca obra y personalidad.

Ese cimiento de la obra bolivariana es la originalidad de su pensamiento y acción, imbuida de la más profunda autoctonía, producto de su acertada interpretación del pueblo y su momento histórico. El Libertador, como nadie en su época, entendió fielmente el sentir, el carácter e idiosincrasia del componente social que podía llevar a cabo la guerra de independencia y coronarla con el laurel de la victoria. Por eso Juvenal Herrera nos dice de él: “en el curso mismo de la guerra supo interpretar las reivindicaciones más sentidas y los anhelos de estos pueblos nacientes, y supo proyectar repúblicas posibles para estas comunidades encadenadas”. (Subrayado mío).

Martí, que quiso a Bolívar como a un padre, valoró acertadamente la necesidad de entender el carácter de nuestros pueblos, sin ínfulas de erudición que nos separan de ellos, por eso nos planteó: “(…) los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie (ignorancia), sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras esta no se vale de su sumisión para dañarle o le ofende prescindiendo de él (…)”. (Paréntesis míos).

Por eso Fidel, uniendo en un crisol libertario la idea martiana con la concepción marxista-leninista, expresó refiriéndose al Partido, es decir, al máximo conductor de la revolución: “¡nunca por encima de las masas, siempre con las masas, y siempre en el corazón del pueblo!”1.  

Quienes conformamos la izquierda en Colombia aún nos resistimos a asimilar a nuestro pueblo, a entender su carácter y sus componentes, sus tradiciones y veleidades. Pretendemos ubicarnos por encima de él, y lo que hacemos es distanciarnos de él. No entramos en sus formas y colores, muy variados y ricos, en cambio pretendemos que sea él quien se acomode a nuestros esquemas, y si no lo hace, pues ¡peor para él!

No aceptamos que nuestra gente vea un reinado de belleza y se “indigne” por el “robo” de una corona; o que llene un estadio de fútbol para alentar al equipo que también alentó su abuelo; o que en diciembre compre ropa para sus hijos, para continuar con la tradición que le inculcó su familia, a pesar de las privaciones que padece. ¡No, no, no puede ser posible, eso es ignorancia! No dudamos en señalar esa “ignorancia”, como si tuviésemos la potestad de descalificar al pueblo y sus costumbres, que, dicho de paso, es un pueblo que busca resquicios de esparcimiento y festividad para aliviar el día a día de dura lucha contra el sistema. Porque lo cierto es que este pueblo sufrido, que compra el “niño Dios” con el mayor sacrificio para que sus hijos despierten el 25 con algún detalle, diariamente pelea contra el sistema en una batalla constante por la sobrevivencia, y lo mejor es que lo hace con alegría, con la frente sudorosa, pero con esperanza, con el trajín diario de sus cuerpos cansados, pero sacándole chiste a la vida, sin tanto quejarse de su suerte, que algún día habrá de cambiar.     

¿Cómo impedir que la señora Úrsula, la vecina bonachona, la misma que todos los días le saca el plato de comida al hijo de la calle, la que se solidariza para dar regalos en navidad, vaya a la tienda a hablar del fraude de Miss Universo? Es más, ¿por qué reprocharlo? ¿Por qué más bien no hacemos un esfuerzo por entender su forma de ver el mundo, por acercarnos a ella y mostrarnos como ella, en vez de llamarla ignorante por las redes sociales? ¿Por qué no aprovechar esa situación y hacerle claridades políticas, en vez de recriminar su actitud?

Ciertamente, habrá hábitos que cambiar, la revolución se hace para eso, pero debe ser producto de una obra educativa compleja, que podremos desarrollar desde el poder, cuando todo el aparato ideológico, o gran parte de él, esté bajo nuestro dominio, y fundemos una nueva escuela para discernir, consecuente con una nueva sociedad que se apresta a su liberación espiritual y cultural. Antes podemos ir sembrando semillas de un nuevo ser, pero será ante todo a partir del ejemplo, y no de actitudes arrogantes e impositivas.  

Entendiendo a profundidad el sentir de nuestro pueblo, interpretándolo a cabalidad, podremos sumar a la lucha esos contingentes de masas que tanta falta nos hacen. La revolución se convertirá en un verdadero fenómeno de masas, cuando asumamos las formas y sentires de ese pueblo profundo. Lo contrario será ver el país e incluso el continente con el sectarismo “a blanco y negro”, con anteojos dogmáticos de otras latitudes y esquemas de otras realidades que, sin la adaptación necesaria, no se ajustan al estilo de la señora Úrsula.

“Bolívar no podía profesar doctrinas sectarias y retrogradas, opuestas a su obra y a su pensamiento revolucionario”2, que es lo mismo decir original. Precisamente, esta es la importancia de Bolívar hoy, de la esencia de su pensamiento, y de Martí, de Fidel, de Chávez, y de todos los que aportaron a la construcción de un pensamiento propio latinoamericano. Sus ejemplos nos indican el camino, este no puede ser otro que conocer y entender a nuestro pueblo creativamente, por eso Juvenal nos invita a que “empecemos pensándonos nosotros mismos y a mirarnos con nuestros propios ojos”, porque nuestro proceso transformador debe partir de la originalidad de nuestra gente, haciendo revolución con porro y chandé, coronas robadas y sabor a tinto por la mañana.


1 CASTRO RUZ, Fidel. Discurso a la Asamblea de Balance del PCC, en la provincia de La Habana. Marzo 20 de 1974.
2 HERRERA TORRES, Juvenal. “La libertad del ser y del pensar”.


Por Edwin García.
Integrante de la Junta Patriótica Nacional de Marcha Patriótica.




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