LA UPJ, ENTRE EL SER Y EL DEBER SER
Por Johan Mendoza Padilla
A diario se ven familiares de los retenidos a las afueras del plantel |
Nuestra sociedad está sumergida
en un debate entre «el ser» y «el deber ser», sobre todo ante la
necesidad de adaptar nuestra idiosincrasia, leyes e instituciones a las nuevas
conquistas sociales, como el reconocimiento de la diversidad sexual, la
pluriculturalidad, el goce pleno del territorio, el consumo racional de
sustancias sicotrópicas, entre otros. Y este debate ha calado en la academia,
organizaciones, barriadas, etc. No obstante, y a pesar de lo evidente que son
los cambios, pareciera que algunos se hacen los ciegos ante los hechos y
pretenden usar argumentos “moralistas” para negar tales virajes en nuestra
historia; de ahí el tema del ser y el deber ser.
Las instituciones que más
requieren ayuda para comprender estos momentos son las relacionadas con el tema
de la seguridad, comenzando con los entes territoriales, los aparatos
judiciales, la Policía Nacional, las empresas de vigilancia privada y nosotros
como ciudadanos que en última somos los que les damos el carácter a las
anteriores. Por ejemplo: antes había un ser en torno a las “tribus sub-urbanas” y era el de rechazarlos,
relacionarlos directamente con el crimen y la falta de formación moral, pero en
contra vía de este concepto las personas que reivindicaban estas expresiones
expusieron sus razones y, por ende, el deber ser de la sociedad con
ellos y la de ellos con la sociedad. Muchas cosas pasaron y al final gran parte
de estas tribus han ganado, parcial o plenamente, el reconocimiento que se les
asiste como sujetos activos en nuestras comunidades. Sin embargo, pareciera que
los papeles se hayan cruzado, porque pese a que hay leyes que establecen un
nuevo ser para ciertas expresiones, ahora son algunas entidades,
particularmente las de seguridad, las que predican su propio nuevo deber
ser.
Como prueba fehaciente de este
nuevo concepto del deber ser está la Unidad
de Prevención y Justicia -UPJ-. La UPJ supuestamente es la herramienta
efectiva que, bajo la excusa de tomar acciones inmediatas contra aquellos que
perturban el orden público y la convivencia (entiéndase: borrachos peleoneros,
exhibicionistas, etc.), permite a los “hombres de la ley” actuar rápidamente
para minimizar los daños que dichas personas suelen generar. El cuento es que
bajo esa premisa se les está castigando a aquellos que pregonan y aplican
costumbres distintas al ser de ellos, es decir, a los
principios morales producto de las creencias militar y eclesiástica. No es raro
escuchar cómo muchos gais, lesbianas, artistas callejeros, skaters, grafiteros,
en síntesis, todos aquellos que actúan sobre la base de un nuevo ser,
hayan visitado alguna vez esta UPJ, porque aparentemente sus actitudes no son
acordes al deber ser.
En Barranquilla ya hace 8 meses
que se inauguró con bombos y platillos la UPJ, ubicada en la calle 30 a la
altura de la carrera 4B, y en ese entonces la prensa local titulaba el hecho
como: “Inauguran centro de atención para ciudadanos revoltosos”. Solo hasta el
mes de julio la Secretaría de Gobierno Distrital y la Policía Nacional
registraban más de 28 mil detenciones preventivas, que suelen tener como duración
24 horas y en las que se destaca enormemente la retención de jóvenes. Es un
hecho que la prevención es mejor que la sanción, ya que, las cárceles del país
no aguantan un presidiario más, igualmente, a diario se presentan riñas y
situaciones similares que no ameritan castigos severos, porque en su desarrollo
no se atenta contra la vida de otras personas, pero el dilema está en los preceptos
que se usan para escoger un ganador de una noche en la suite UPJ.
El deber ser de la
Secretaría de Gobierno y sus planes frente a la seguridad de los
barranquilleros, sería el de implementar políticas sociales que conduzcan a las
comunidades a aplicar nuevas convivencias inspiradas en el respeto mutuo, la
solidaridad, el sentido de pertenencia, el permanente diálogo, entre otros.
Pero, su actual ser está en llenar las planillas de informes policiales en lo
que sería otro tipo de “falsos positivos”, pues con ello se entregan cifras en
donde tratan de “demostrar” la eficacia de las acciones ejecutadas por la
administración distrital para contrarrestar la violencia que azota a los
barranquilleros y su área metropolitana. Además, es un secreto a voces que los
funcionarios que laboran en esta UPJ obtienen “regalos o bonificaciones” por
cada ciudadano que ingrese a este plantel, sobre todo los patrulleros de la
Policía Nacional: esta táctica no se diferencia en nada con el dinero y el descanso otorgado a los militares por cada guerrillero muerto. En esta UPJ
a la persona capturada la aíslan por 24 horas, la mantienen encerrada en celdas
hacinadas, la ponen a firmar todo tipo de papeles y si es menor de edad solo la
liberan bajo custodia de un adulto.
La pregunta sería: ¿y dónde queda
el debido proceso? En Barranquilla ya están aplicando una nueva normativa del
código policial que todavía está en discusión, se le ha dado poderes especiales
a los patrulleros para que, sobre su criterio del deber ser, retengan a
personas para que “aprendan a ser”. ¿Y si en ese momento le caí
mal al patrullero? Esa y muchas otras podrían ser razones suficientes para hacerle una visita a
la UPJ, en especial por los altos niveles de intolerancia existentes. Por eso
es que muchos jóvenes, que no se meten con nadie, que no se reúnen para planear
un atraco, pero que sí optan por gustos y costumbres que surgen de un nuevo deber
ser y ser, o sea, de un nuevo tipo de sociedad, son estigmatizados y
perseguidos por estos funcionarios. Cuando encuentran en la Plaza de la Paz a
un rastafari, no ven a una persona de una autentica fe y que respeta a la
naturaleza, sino que ven a un drogadicto y expendedor de drogas peor que un
narco.
¡No más UPJ!, he alcanzado a
divisar en algunas paredes de la ciudad. Creo que realmente toca abrir un
debate sobre las mejores fórmulas para repeler la creciente violentización de Barranquilla, allí la administración
distrital está llamada a dialogar directamente con las comunidades, no solo con
los concejales, ediles (que en la ciudad poca función tienen) y comandantes de
Policía, sino con las variadas expresiones que existen en Curramba. Asimismo
impulsar diálogos horizontales con los jóvenes que predican y aplican un nuevo deber
ser y ser, pues tienen mucho que aportar para darle soluciones a las
problemáticas de la juventud, que siempre es objeto de la vulneración de
derechos y del reclutamiento en la delincuencia común.
Pero, un primer paso es el cierre
de este sitio que es una total vergüenza en medio de reglas que supuestamente
nos debe garantizar un Estado Social de Derecho. Si por parte de la alcaldesa
Elsa Noguera o de su alta consejera para la seguridad, Josefa Cassiani, no
sucede (ahora menos que están en campaña reeleccionista con Alex Char), entoces
debería promoverlo las plataformas defensoras de DD.HH., los grupos juveniles y
todo aquel ciudadano crítico. La UPJ es un pequeño Guantánamo en la ciudad.
P.D. Ojalá esto no me determine
un día en la UPJ por promover la crítica y el debate.
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