El Cuarteto de Conejo
La realidad política colombiana parece albergar inagotables elementos para
alimentar la imaginación de guionistas y cineastas como para hacer películas
hasta la saciedad.
Conejo, un nombre inocente, de caricatura, que refleja agilidad, rápidos
brincos y una particular dentadura que hasta Lucho Suárez envidiaría, se ha
convertido en el Florero de Llorente del establecimiento colombiano respecto de
los Diálogos de La Habana.
La paz express que pretendían
poco a poco se fue desmoronando debido a la inteligencia y capacidad de la
contraparte insurgente sentada en la mesa, no les asistió afanes
desmovilizadores o de conciliación sino de arrebatarle al máximo al
establecimiento, representado por el gobierno Santos, reformas y acuerdos que
abrieran la compuerta a una nueva democracia en el país.
Es así como se han avanzado en diversos puntos de la agenda, logrando
acuerdos parciales y dejando puntos en el freezer,
como quien dice “mientras tanto”.
El artista número uno es Conejo, quien encarna la desidia más absurda de la
clase dominante colombiana, con un poco más de dos mil habitantes este pueblito
desconoce la presencia del estado, planes de inversión social, saneamiento
básico (no hay acueducto y no llueve hace mucho), educación, salud, empleo y
vivienda digna, es decir, no conoce el significado de la palabra paz con
justicia social.
Su segundo artista baila al son de la intención real de la élite, su
naturaleza violenta y tramposa, es lo que en el fondo pretenden si el asunto se
les sale de madre, si los acuerdos
pactados en La Habana cobran vida en el territorio nacional y la gente comienza
a movilizarse organizadamente por ellos, sin embargo, los negociadores muestran
un optimismo contagioso, particularmente cuando hablan de lograr acuerdos
serios para la erradicación del paramilitarismo como expresión armada ilegal
del estado, condición sine qua non
para las verdaderas garantías de no exterminio o repetición de procesos de paz
anteriores que culminaron con emboscadas y masacres.
El tercer integrante de la orquesta, un poco más calmado, canta una canción
llamada “Vísteme despacio que voy de afán”,
versa sobre la voluntad expresa de la insurgencia de las FARC-EP de conducir a
buen término las negociaciones, quien por llevar una vida en medio de combates,
bombardeos y muertes, se vislumbra en ellos un ánimo que interpreto como “hagamos la paz pero sin ser pendejos”. Esto
es, sortear obstáculos innumerables entre sus propias filas y con el gobierno,
lograr acuerdos que redunden en reformas provechosas para la mayoría de los
colombianos, refrendarlos y ampliarlos en un movimiento nacional por la paz y
la reconciliación, este es el Conejo a la Guerra.
Y el cuarto integrante somos la ciudadanía que nuevamente voltea su mirada
hacia el tema de la paz (gracias a los bailoteos de Santos), huelga decir, que
la belicosidad como discurso pierde adeptos, es cada vez mayor el dejo que
produce la guerra como instrumento militar y psicológico en la sociedad. Esta
coyuntura favorable merece de nosotros rapidez, sencillez, pedagogía, amplitud,
pluralidad, honradez y sobre todo grandeza, convirtámonos en un Conejo de
verdad que va por su zanahoria, consciente que si nos desgastamos en debates
estériles y tediosos (que no han logrado nada en décadas) del otro lado nos
puede esperar un verdadero garrotazo, aprendamos algo de la oligarquía, lo más
importante, el éxito en la defensa de sus intereses, es hora de hacer lo
propio.
El sueño
Cuán hermoso sería ver al Cuarteto de Conejo tocando en las
plazas del país una canción por la paz, la reconciliación y la vida. El
regocijo de los colombianos de a pie y por qué no de la élite, al ver unidos a
la Colombia rural con la urbana, a los guerreros insurrectos y a los guerreros
del establecimiento enviando un claro mensaje de resolución de los conflictos
por la vía del diálogo y la sindéresis. Extirpar de nuestra “cultura” el
sicariato y el exterminio del contradictor, levantar monumentos a esa parte
vergonzosa y dolorosa de la historia nacional, de la misma forma en que los
alemanes erigieron el Monumento del Holocausto, como señal inequívoca de
nuestro pasado de barbarie y como paso ilustrado hacia la civilización.
Que vengan las pugnas políticas sorteadas en contiendas electorales
mediadas por un sistema electoral transparente y garante de las diversos
partidos y movimientos políticos del país, donde el dinero del narcotráfico y
el usufructo del erario público no determinen las victorias, sino los mejores
programas, las mejores propuestas para el país.
Que los medios de comunicación se abran al concurso del interés público y
que los intereses de los grandes banqueros y empresarios no sean las líneas
editoriales y de propaganda de estos poderosos instrumentos.
Que la justicia opere como una auténtica Temis, con imparcialidad,
severidad y equilibrio, que los escándalos de componendas y coimas en juzgados,
altas cortes y el resto de instituciones desaparezcan para siempre.
Que la salud y la educación sean el componente principal de cada gobierno,
que sea una política de estado el acceso universal, público, gratuito y de
calidad a todos los colombianos; sin guerra, cuantiosos recursos habrán de
invertirse en estos derechos para elevar el intelecto y la integridad de nuestros
compatriotas.
Que el campo se convierta en el eje principal de desarrollo de nuestra
economía, que garantice la soberanía alimentaria de nuestra población, que los
campesinos despojados vuelvan a sus terruños, que no mueran más niños de
hambre, no hay excusa para ello y sobre todo que se convierta en la reserva de
oxigeno de los pulmones de las futuras generaciones, el cambio climático hace
estragos a una velocidad inusitada, es hora de recomponer el rumbo.
Que las ciudades planifiquen su crecimiento, su desarrollo no puede
traducirse en obras y obras llenas de cemento con un ritmo que abre más la
brecha entre ricos y pobres, que acrecienta las barreras sociales entre la
periferia y los centros de poder, reorientar el gasto hacia la inversión
social, lograr el desarme de pandillas y grupos delincuenciales que pululan por
doquier.
Estos puntos básicos para la democratización de la vida nacional, a los que
seguro les hacen falta mayores contenidos y alcances necesitan estar
consignados en la Carta de Navegación de los colombianos que es su Constitución
Nacional, hacerlo sólo es posible mediante una Asamblea Nacional Constituyente,
si es éste el momento oportuno o no amerita una buena discusión.
Fraternalmente.
Gary Martínez Gordon
Miembro de la Marcha Patriótica
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