Entrevista a Renán Vega
“ (..) En Colombia puede hablarse de un neoliberalismo
armado (..)”
Por: Jorge Freytter-Florián
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En la presente entrevista al
profesor Renán Vega Cantor brinda su testimonio entorno a varios aspectos, como
son: el conflicto social y armado, paramilitarismo, pensamiento crítico, universidades
públicas, democracia y violencia política en Colombia, todo estos elementos
abarcan lo que venimos demostrando en base a nuestras hipótesis: la persecución
política al Pensamiento Crítico en Colombia, con su visión académica y como
parte de la Comisión Histórico del Conflicto y sus Víctimas (CHCV) en las
actuales Conversaciones de Paz.
¿Usted considera que el paramilitarismo será un obstáculo
para la concreción en el post Acuerdo?
Si tenemos en cuenta que el
paramilitarismo ha sido un instrumento privilegiado -más no el único- de la
contrainsurgencia del bloque de poder en Colombia durante el conflicto armado,
desde su mismo comienzo, para destruir las bases sociales de la insurgencia
armada, no resultaría sorprendente que, si se firma un acuerdo que le ponga fin
al conflicto armado, el paramilitarismo le corresponda la tarea de empezar a
amenazar, perseguir y asesinar guerrilleros desarmados. Al fin y al cabo, el
paramilitarismo es anticomunista, como lo es el grueso de la población
colombiana, y a partir de ese criterio la justificación de matar a los enemigos
garantiza la plena impunidad. Por esta razón, si se quiere que no haya un
derramamiento de sangre con posterioridad a los acuerdos, una condición
obligatoria es que tanto el Estado como sus Fuerzas Armadas no solo se
comprometan a liquidar el paramilitarismo sino que lo hagan en la práctica. De
no ser así, el acuerdo va a nacer muerto.
¿Qué intereses económicos puede encontrar el paramilitarismo
en las Universidades Públicas?
En el mundo contemporáneo y no
solo en Colombia, la educación se ha convertido en un negocio. Eso es evidente
en las universidades públicas que han sido transformadas por las políticas
neoliberales. Al respecto, Colombia ha sido un laboratorio de experimentación,
porque las universidades que todavía se denominan públicas, pero que en realidad
poco lo son, están privatizadas, venden servicios, se encuentran al servicio de
los intereses del capital privado y ya no son, como alguna vez lo pudieron ser,
la cantera de algún proyecto crítico, alternativo o anticapitalista. Sobre esto
último me refiero en términos globales, puesto que en forma aislada o
individual algunas personas de la universidad pública encarnan propuestas anti-
sistémicas. Estos dos elementos, el económico, convertir a la universidad en un
vulgar negocio (que se asemeje a un supermercado o a un centro comercial), y
el político, para erradicar cualquier proyecto disidente, se han consolidado en
Colombia de la mano de la violencia física directa. Por eso, en diversas universidades
públicas está comprobada la injerencia del paramilitarismo, para manejar
presupuesto, nombrar rectores, controlar consejos superiores, con todo lo cual
consiguieron apropiarse de los recursos estatales destinados a la financiación
de las universidades.
¿En qué Universidades el paramilitarismo elegía, captaba,
respaldaba las administraciones universitarias?
Existen múltiples casos en los
que está comprobada la participación del paramilitarismo, directa o indirecta,
tanto en el nombramiento de los rectores y miembros del consejo superior, como
en el control de las instancias administrativas de las instituciones. También
han existido casos de académicos, docentes e investigadores al servicio del
paramilitarismo, un tema que ameritaría una investigación especial, pero que
desde luego es muy complicada de realizar, por sus implicaciones políticas.
Entre algunas de las
universidades en las que están comprobados los nexos directos con el
paramilitarismo se encuentran la Universidad de Córdoba (existen grabaciones en
las que Mancuso le da órdenes al rector y a miembros del Consejo Superior sobre
lo que deben hacer), la Universidad Industrial de Santander, UIS, (también
existen grabaciones en las que un rector conversa con un paramilitar y
proporciona un listado de estudiantes de “izquierda” que deben ser asesinados)
y en otras universidades de la costa los nexos de los paramilitares están comprobados,
como en la del Atlántico.
¿Qué relación tiene el proyecto neoliberal con el modelo
paramilitar y su irrupción en las universidades?
En Colombia puede hablarse de un
neoliberalismo armado, con lo que se quiere decir que en este país el lesivo y
antipopular proyecto neoliberal (la forma dominante de capitalismo en el mundo
de hoy) se ha impuesto a sangre y fuego. Algunas personas y autores podrán
decir que eso no es exclusivo de Colombia, porque en todos los lugares donde se
ha impuesto el neoliberalismo lo ha hecho a partir del pánico, del terror, del
miedo, de la intimidación, a lo que la investigadora canadiense Naomi Klein,
llama apropiadamente la “Doctrina del Shock”. Esta autora demuestra, con multitud
de ejemplos históricos (que van desde Chile, hasta China, pasando por los
países de Europa oriental) que hay una relación directa entre la tortura y el
neoliberalismo. Y en esa relación la universidad desempeña un papel central, porque,
en el caso de América Latina, para generar terror uno de los principales
lugares ha sido la universidad, en la que se han asesinado profesores,
estudiantes, líderes sindicales, escritores, investigadores, artistas, se han
destruido sus instalaciones, bibliotecas, laboratorios, se han quemado libros
en piras que recuerdan los ritos nazis (Chile y Argentina son los casos más
tristemente célebres), se ha eliminado carreras y programas de ciencias
sociales y humanas…
Volviendo a la investigación de
Naomi Klein, a mí me sorprende que ella no hable del caso colombiano, que es
uno de los casos más claros del vínculo entre tortura y neoliberalismo, y donde
se ha constituido el neoliberalismo armado. Con esto se quiere significar que
para imponer el neoliberalismo en Colombia se ha recurrido a unos niveles
inusitados de violencia por parte del bloque de poder contrainsurgente contra
la población en general (recuérdese la magnitud y el sadismo de las masacres
paramilitares a lo largo y ancho de Colombia, con el uso de la motosierra, de
hornos crematorios, de los cocodrilos, para que devoraran vivos a los enemigos
del establecimiento…). Por supuesto, la universidad pública no ha estado al
margen tanto de esa violencia como de la imposición del neoliberalismo, como se
demuestra con una gran cantidad de estudiantes, profesores, activistas que han
sido encarcelados, perseguidos, exiliados y ciertos números apreciables
secuestrados y asesinados. A eso, debe sumarse el papel que desempeñan los
medios de desinformación dominantes (Caracol, RCN, El Tiempo…) para
criminalizar a la universidad pública y difamar a aquellos que piensan y luchan
contra el capitalismo en Colombia. Porque, adicionalmente, ese es un mecanismo
para justificar la metamorfosis interna de la universidad, para que allí no se
piense, ni proteste, sino que todos los miembros de las universidades se
conviertan en robots amaestrados y dóciles.
¿Qué ha significado la mercantilización de la educación,
proliferación de amenazas, extorsiones y secuestros a miembros de la comunidad
universitaria?
Ya indicaba antes que la mercantilización
de la universidad pública (inscrita en el proyecto neoliberal) y la persecución
interna que allí se adelanta no son aspectos contradictorios, son
complementarios. Para facilitar la transformación de lo público en privado, y
de un derecho en un servicio mercantil, se recurre a la represión y a la
persecución de aquellos que enfrenten ese proyecto. Así se despeja el camino
para que la mercantilización sea aceptada y se tolere como algo normal, para
que la educación universitaria se convierta en un negocio caro y de poco rigor,
y para que se vuelva a fortalecer una educación clasista y discriminatoria, que
solo beneficie a una minoría insignificante, la misma que domina en el país en
todos los órdenes sociales, políticos y económicos.
¿Por qué se configura una política sistemática de
persecución a los docentes colombianos?
Colombia, hay que decirlo y
reconocerlo con vergüenza, está entre los lugares más peligrosos del mundo para
ejercer la profesión docente, hasta el punto que somos el primero o segundo en
la lista de profesores asesinados, lugar que nos disputamos con Irak, país
ocupado por los Estados Unidos por varios años y cuya política nefasta y
criminal sigue destruyéndolo. Al profesor, a todos los niveles de la educación
en Colombia -desde el pre-escolar al posdoctorado- no se le respeta de ninguna
manera: tiene muy malos sueldos y condiciones laborales, se le inculpa por el
pésimo estado de la educación colombiana (que en las pruebas PISA, siempre
ocupa el último lugar), se le calumnia de manera cotidiana y se desprecia su
profesión. Como a pesar de todo ello, muchos profesores en Colombia son ejemplo
de dignidad, de resistencia y de lucha, pues contra ellos se organiza la
persecución sistemática, porque además se les presenta como “subversivos”,
“terroristas”, “comunistas” y calificativos similares con los de antemano se
les descalifica y se les coloca una lápida.
En un país cruzado por la
violencia estatal y para-estatal, por el anticomunismo visceral, por el
arribismo y la idea del enriquecimiento fácil y la cultura traqueta (propia de
Colombia), el que no se sujete a esas lógicas es un enemigo declarado que debe
ser acallado o eliminado, y eso es lo que sucede con profesores críticos,
vistos como un mal ejemplo para una niñez y juventud a la que se le han
colocado como referentes y modelos no a los pensadores, sino a los narcos, a
los sicarios, a las modelos pre-pago o a los futbolistas.
¿Qué nos puede permitir identificar estas persecuciones?
En la educación en general y en
particular en la universidad pública a diario se vive y se respira la
intolerancia y la persecución, y sobre todo, cuando se es crítico y las
actuaciones de un docente o un estudiante rompen con las lógicas dominantes. A
esas personas se les somete a todo tipo de persecuciones: que van desde los
chismes, las amenazas, los chantajes, la persecución judicial (apertura de
procesos disciplinarios, sanciones, suspensión o destitución), el secuestro,
exilio o asesinato. Lo mencionado no es excepcional, es una práctica constante
y sistemática, pero también avalada por el silencio cómplice de las autoridades
universitarias y el grueso del profesorado y del estudiantado. Así, como cuando
son asesinados dirigentes sindicales o líderes sociales y políticos de
izquierda que cuando los matan el comentario que se impone es el de “por algo
sería”, “algo debe haber hecho” para justificar y naturalizar los crímenes y el
terrorismo de Estado, en la universidad sucede lo mismo y los comentarios que
se imponen son del mismo estilo.
El Informe especial de la Comisión Histórica del Conflicto y
sus Víctimas se aborda la noción de Bloque de Poder Contrainsurgente en
Colombia- BDPCi-, ¿puntualice el desarrollo de sus acciones en las
Universidades Públicas en Colombia?
La noción de bloque de poder
contra-insurgente fue acuñada por la investigadora Vilma Franco en un
extraordinario libro que se titula Orden contra-insurgente y dominación. El
término es de mucha utilidad, porque ubica el fenómeno paramilitar no como si
fuera una realidad en sí mismo y explicable por sí mismo, sino como parte de la
contrainsurgencia que ha caracterizado al Estado y las clases dominantes
durante el siglo XX, desde antes de la aparición del movimiento armado de tipo
insurgente. Ese bloque de poder acude a todas las formas de lucha y las
combina, para eliminar, y en el mejor de los casos cooptar o integrar a los
enemigos. Acude a la violencia física directa, a la violencia simbólica, a las
acciones judiciales, a las calumnias mediáticas, a la desinformación, a la
victimización y a muchos otros mecanismos para mantener su hegemonía. Eso mismo
se aplica en las universidades, como lo hemos señalado anteriormente.
¿Qué opinión nos pueden transmitir sobre el impacto del
paramilitarismo en las Universidades públicas?
El impacto del paramilitarismo en
las universidades públicas, como en el conjunto de la sociedad colombiana, ha
sido nefasto, porque contribuye a institucionalizar el terrorismo y el pánico
como forma de dirimir los conflictos y contradicciones sociales. Instaura, como
resultado, el conformismo, la pasividad, el miedo y la cobardía. La universidad
debe ser un sitio de debate, de deliberación, de discusión y crítica
permanente, pero esa misión desaparece cuando no se discute sino que se acalla
violentamente al contradictor, que además no tiene armas, ya que usa la palabra,
el libro, la cátedra para difundir sus ideas. El paramilitarismo introduce la
fuerza bruta e irracional en el medio universitario, estableciendo el terrible
precedente de vencer y no convencer, como en las universidades franquistas y
fascistas.
¿Cuál será el papel de las universidades en este nuevo
contexto de cambiar el relato de la violencia política vivida en 60 años de
conflicto?
Aquí deberíamos precisar de qué
tipo de universidad estamos hablando, de la actual, de la que realmente existe,
o de una nueva universidad. Si es de la que existe, poco aporta, porque en ella
se han impuesto los discursos oficiales sobre el conflicto armado -con
excepciones individuales, pero que no modifican la tendencia general-, en las
que el Estado ha sido la víctima, y Colombia es una democracia asediada. Eso
caracteriza bien a la llamada violentología, que tiene uno de sus centros en la
Universidad Nacional de Colombia (y principalmente en el Instituto de Estudios
Políticos y Relaciones Internacionales IEPRI) y en la cual se ha impuesto la
visión convencional sobre el conflicto colombiano. En la retórica de esos
violentólogos ha desaparecido cualquier lenguaje crítico, anticapitalista, para
asumir la lógica del Banco Mundial, de los Estados Unidos y de las clases
dominantes y el Estado colombiano. Por supuesto, que esos relatos que
predominan en la universidad pública de hoy no sirven para construir un nuevo
relato sobre la historia contemporánea de Colombia, porque además están ligadas
a la neoliberalización, privatización y universidad de la ignorancia, que
define hoy a la universidad pública. Para pensar en otros relatos, es pertinente
pensar en otra universidad, diferente a la dominante en la actualidad.
¿Cómo han soportado la persecución al Pensamiento Crítico y
sus múltiples posiciones: víctimas, sobrevivientes, testigos y afectadas por
esta violencia política las mujeres docentes, académicas y dirigentes políticas?
Como parte de la criminalización
que soportan los miembros de la comunidad universitaria hay que mencionar que
en las instituciones universitarias -en ninguna de ellas, incluyendo la Universidad
Nacional- existen mecanismos institucionales no académicos que permitan
brindarles apoyo a los profesores, estudiantes o trabajadores amenazados. Esto
lleva a que cuando es amenazado un docente, por ejemplo, el asunto quede como
una cuestión individual, que este debe resolver, bien renunciando a su cargo,
pidiendo una licencia no remunerada -que son muy cortas y circunstanciales-,
recurriendo a mecanismo académicos (como comisiones en el exterior, años sabáticos,
profesor visitante), o simplemente quedándose en el cargo, esperando a que lo
maten o lo secuestren. Ese comportamiento es perverso, porque reduce el asunto
a una cuestión individual, como si las universidades en su conjunto no tuvieran
nada que ver al respecto. Por eso, la solidaridad es más bien voluntaria y
también individual o circunscrita a grupos pequeños de profesores y
estudiantes. Cuando a un profesor le toca exiliarse a otra ciudad o a otro país tiene que soportar todo el peso que eso significa, en términos económicos y
morales, porque no cuenta con ningún apoyo real. Como la situación de amenazas
contra un docente o sus familiares genera pánico, en muchos casos la reacción
es la de abandonar cualquier proyecto de lucha, quedarse callado y asumir una
actitud pasiva y resignada. Con esto se consigue la desmovilización de gran
parte de los que critican al sistema desde la universidad. Otros no se pliegan
y tienen que asumir las consecuencias de sus acciones, con los costos humanos
que eso tiene.
¿Recomendaciones para afrontar una verdadera reconciliación
de la Memoria Histórica y las Garantías de No Repetición de los hechos vividos
en la universidad?
Que se conozca la verdad sobre
los nexos de gran parte de las administraciones de las universidades públicas
con el bloque de poder contrainsurgente, incluyendo desde luego al
paramilitarismo. Que se revele la documentación interna y se abran los archivos
de las universidades para evidenciar la responsabilidad institucional en el
acoso y persecución de aquellas personas consideradas incomodas o enemigas de
la institución.
Para que eso no se repita, no se
necesita solo voluntad -que el bloque de poder contrainsurgente no tiene- sino
de una transformación interna de las universidades públicas, que implique
construir otra universidad, pluralista, autónoma, democrática y popular.
¿Dónde se verá el acompañamiento del Pensamiento Crítico a
los procesos Democráticos y de participación en las Comisiones de la Verdad, y
Comisión de Esclarecimiento del Paramilitarismo?
Eso depende de la forma como se
constituyan esas comisiones. Si allí participan pensadores críticos e
independientes eso contribuirá a esclarecer los hechos y los responsables, para
evitar caer en la teoría que hace carrera en los medios de desinformación y en
el mundo académico, que revive la teoría de los dos demonios del funesto
Informe Sábato. En el caso colombiano esa teoría es peor a la de Ernesto
Sábato, porque este equiparaba la violencia del Estado con la del movimiento
insurgente. En Colombia se dice que el Estado es una víctima, que no puede hablarse
de terrorismo de Estado, y por lo tanto no hay una acción planificada y
orquestada de terror institucional, sino que las acciones son estrictamente
individuales. Al salvar de responsabilidad al Estado, se le atribuye la
responsabilidad principal a la insurgencia y luego a los paramilitares, como si
estos no fueran una manifestación institucional. Esta es la teoría de los dos
demonios a la colombiana, que comparten la mayor parte de los violentólogos, no
solo colombianos sino extranjeros, como Daniel Pecaut o Malcolm Deas. Es obvio,
que alguien que piense críticamente no puede compartir esta visión, ni legitimar
el terrorismo de Estado y si está en alguna de esas comisiones debería actuar
en consecuencia con esa forma de pensar, que va en contravía de los prejuicios
dominantes y de las mentiras establecidas sobre el conflicto colombiano.
¿Cuál será el papel de los Movimientos Sociales y Políticos
en la construcción de la Democracia en Colombia?
Es fundamental, porque sin ellos
no puede hablarse de democracia real y no formal, porque una de las razones
históricas y estructurales que explica el conflicto armado en Colombia es la
antidemocracia, o sea, el hecho de impedir que quienes piensan distinto y
pretenden organizarse políticamente sean perseguidos y liquidados. Y en
Colombia lo han sido quienes han encarnado proyectos distintos de país, desde
los tiempos de Jorge Eliecer Gaitán.
¿Los gobiernos universitarios son Democráticos?
En general no lo son, por la
misma forma cómo está diseñada la administración de la universidad pública,
pues la composición del Consejo Superior de las universidades es terriblemente
antidemocrática, pues predomina el gobierno de turno, ya que sus representantes
son mayoría frente a los representantes de la comunidad universitaria. Además, es
frecuente que los mismos representantes de esa comunidad se plieguen a los
dictámenes oficiales. Además, no existe autonomía interna y los gobiernos
universitarios están sometidas a presiones externas, a un manejo presupuestal
cada vez más condicionado a seguir las políticas oficiales.
¿Cuáles son las deficiencias del modelo Democrático
colombiano?
Hablar de democracia en Colombia
es un muy mal chiste, que puede dejarse para los cultores de la ficción.
Colombia es una “democracia asesina” si se quisiera seguir usando ese nombre
tan manoseado de democracia. ¿De qué otra manera puede denominarse a uno de los
países más injustos y desiguales del mundo, en donde se matan dirigentes
sindicales, profesores universitarios, defensores de derechos humanos de manera
permanente y a gran escala? ¿Qué democracia es aquella en la que ha habido una
mayor cantidad de desaparecidos (como ha pasado en Colombia) que los
ocasionados por la dictadura de Pinochet o de Videla? El gran problema, y logro
para las clases dominantes de Colombia y su Estado, estriba en que al mundo le
han vendido la idea de que este es un país democrático, una mentira que ha
servido para camuflar la desigualdad, la explotación y la miseria.
¿Se impide en la Democracia colombiana, la investigación, la
denuncia y el trabajo académico y político?
Hay que diferenciar entre la
forma (el papel) y el contenido (la realidad). En la forma se reconoce la
libertad de investigación, de crítica, de pensamiento, pero en la realidad cada
día es más difícil ejercerlos, por múltiples canales de censura y de
acallamiento, que resultan ser terriblemente efectivos para el régimen. Entre
esos mecanismos están los señalados en términos de intimidación, pero deben
nombrarse otros más sutiles, como la desaparición de editoriales y revistas de
izquierda que dificulta la publicación de pensamientos alternativos y el peso
que tienen los grandes medios de desinformación en el adoctrinamiento de la
población colombiana. Ya no hay para que censurar, porque cómo puede competir
una buena investigación crítica publicada en un libro, del que se editan cuando
mucho mil ejemplares y que requiere de años, a veces decenas de años, para
agotarse, con las mentiras que circulan por la televisión sobre los mismos
acontecimientos de que trata un libro. Es bueno recordar que Colombia es uno de
los países del mundo donde menos se lee y por eso ya los libros son
inofensivos, al contrario de lo que sucedía en otro tiempo.
¿Qué ha pasado con los docentes orgánicos y críticos que se
oponen a las políticas neoliberales de los últimos gobiernos en Colombia?
La mayor parte han sido
perseguidos de múltiples formas, como lo evidencia el caso actual del profesor
Miguel Ángel Beltrán Villegas, que fue secuestrado en México y desde entonces
su vida se ha convertido en un verdadero calvario, por el acoso a que lo somete
el terrorismo de Estado en Colombia, que ha contado además con la complicidad
de las autoridades, y de gran parte de docentes, de la Universidad Nacional de
Colombia.
¿El Estado Colombiano es irresponsable en el respeto de los
Derechos Humanos y laborales de los docentes?
El Estado colombiano no solo es
irresponsable, ese es un término benigno, sino que es uno de los principales
violadores de los derechos humanos en el mundo, similar a Israel, Turquía. Las
cifras al respecto son elocuentes en todos los planos, pero en esta ocasión
solo recordemos una: los asesinatos de civiles causados por las Fuerzas
Armadas, y bautizados con el eufemismo de “falsos positivos”. Estamos hablando
del asesinato, en estado de indefensión, de humildes colombianos por parte del
Ejército, de miles de personas. Y en eso están involucrados presidentes de la
República, como el actual y el anterior para no ir más lejos.
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