EL CALLEJERO


Por Henry Ortiz Zabala
¿Cómo le conocí? No, no fue por Gloria, más bien diría que fue una vez que debí acompañarlo hasta la pensión donde se había mudado apenas un día antes, esto debido a que no recordaba cómo llegar. Momentos antes de acompañarlo había discutido con Gloria a tal punto que casi se agarraran a golpes. Terminaron luego de eso.

Yo iba detrás, él caminaba indiferente, con cierto aire petulante, su rostro parecía un arma de grueso calibre, tropezaba a todo aquel que se le atravesara. Daba pasos cortos pero rápidos, tuve que apresurarme para no quedarme atrás. De pronto se detuvo y se agachó para acariciar un perro; al caniche se le notaban los años, estaba viejo, sucio y tenía algunos brotes de sarna, pensé que le esquivaría o lo atacaría, como suele ocurrir con los perros de la calle, que terminan por volverse desconfiados y hasta apáticos al contacto humano, debido a todo el maltrato sufrido por parte de ellos, nosotros.

Para mi sorpresa no fue así, todo lo contrario; bajó la cabeza, le movió la cola y busco la mano que le acariciaba con su hocico, entonces le lamió y a continuación empezó a menearse de contento; él saco un pan de su chaqueta y se lo dio. El animal lo devoró allí mismo en su mano. Terminado, continuo su camino, empero el perro empezó a seguirlo, note que cojeaba. Pensé "No parece tan hijoeputa, como me dijo Gloria, ni parece estar encolerizado como hace un rato" apresuré la marcha y le alcancé.

-Oye ¿Qué fue eso? pensé que ibas empuntado - le dije

-Ajá, lo estoy pero ¿Qué hay con eso? - respondió, mientras miraba al perro que nos seguía

-No sé, cuando te detuviste con ese que viene allí, pensé que se te había disipado todo ese odio que hacía unos instantes afirmabas sentir por la humanidad-
Agregué.

- Me suele dar, llevarme mejor con los perros que con los humanos. Es curioso, el mejor amigo del hombre es el perro pero el mejor amigo de un perro es otro perro. Los humanos no son amigos de nadie - Dijo mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro. Se detuvo y esperó al perro que nos seguía. Le cargó, el animal no se resistió, lo llevó así durante todo el camino hasta que llegamos a la pensión, terminó por adoptarlo.

En la pensión lo bautizaron "el cojo" vivió allí lo que le quedó de vida, es decir un año. No tenía duda que había sido el mejor año de su canina existencia, en la pensión todos le cuidaban y le querían. A él por el contrario le aborrecían. Tanto así  que "El cojo" murió un viernes en la mañana, y ese mismo día a eso de las seis, ya le estaban pasando una carta para que desocupara. Antes de medianoche ya estaba en la calle buscando otro techo, esta vez no le acompañaba nadie, ni siquiera un perro callejero.

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