EL EXTRAÑO


Por Henry Ortiz

Jairo no podía creer que plenas fiestas de año nuevo tuviese que trabajar en el turno de diez de la noche a cuatro de la mañana, en esa bomba de gasolina a mitad de la nada, para colmos, solo.
Hasta entonces había atendido al menos media docena de autos y unas cuantas motos; el olor a gasolina le revolvía las tripas, que parecían quejarse en un lenguaje visceral. La brisa soplaba fuerte.

Pensaba en su familia y en la familia de su novia y a la larga en todas las familias que conocía, adivinaba que podrían estar cenando mientras la escena se proyectaba en su conciencia igual que una película: fantaseaba. Su barriga ronroneaba igual que un felino herido, su boca se humedecía a medida que ensoñaba con sus ojos abiertos, pero observando el film de familias cenando que corría como una sucesión de imágenes dentro de su cabeza, en la parte frontal, al interior de su frente.

Bostezó y miró su reloj, faltaba una hora para los pitos. Recordó el portacomida que le había empacado su madre, con el arroz que sobro del medio día. Se levantó de la banca y camino hacia la caseta, todo estaba desierto. Se escuchaba la brizna y los tiros de pólvora que se oían a lo lejos, la música era mucho más tenue, cuando la brisa disminuía o se calmaba solía escucharse un poco, al menos eso le parecía.

Odiaba trabajar allí, todos lo odiaban, nadie quería  ser trasladado a esa estación y menos en estas fechas. La bomba más apartada de la ciudad, en medio de los dos pueblos más miserables de todo el Atlántico, así le figuraba “Acá fue donde el diablo dejo la chancleta, mira esa autopista ni siquiera esta pavimentada ¡Por Dios!” le comentó a una compañía inexistente. Hacía frio. Destapó el portacomida y se sentó a degustar sus humildes alimentos allí en la butaca de su caseta.

A punto de terminar su arroz trifásico, comenzaba a pensar en su madre, debía estar en casa de su tia, acompañada de familiares pero sintiéndose igual de sola, resalta entre todos los presentes por ser la única  en no tener pareja. No se había vuelto a enamorar ni a tener otra relación del tipo que fuese, aunque todos se lo sugirieran, incluso él, que entre otras cosas tenía apenas tres años cuando su padre fue dado por muerto. No se le volvió a ver ni se supo más del susodicho “fue como si se lo hubiese tragado la tierra” solía decir su madre. Se hizo un funeral honorifico. Él no lo recuerda pero sabe que estuvo presente. Ella a pesar de todo guarda la esperanza de que este vivo “no importa que no regrese, al menos que este bien”. Se preguntaba como hubiese sido alguna fecha especial con su padre, como hizo con las cenas y las familias, intentó imaginarlo   pero era inútil, no podía, jamás supo cómo era, no tenía a quien recordar; desistió, no volvió a pensar en ello, al menos por esa noche.

Mira el reloj nuevamente, faltan treinta para las doce “entre pitos y matracas entre música y sonrisa” cantaba casi inaudible, puso la escopeta sobre su pecho  y recostó el espaldar de su silla a la pared, dejando las patas delanteras al aire “Las mujeres y los hombres un besito, nos daremos y entre todos cantaremos, llenos de felicidad, vamos todos a….

-¡Ayuudaaaa! ¡Auuxiiliooo!- Alguien gritaba desesperadamente, su beneplácito se desvaneció con la imagen de un anciano sucio, andrajoso, de barba y cabellos largos y tupidos. Llevaba un pantalón que parecía caérsele a pedazos, se veía almidonado, quizá por todos los fluidos que había absorbido en mucho tiempo, no llevaba puesto nada arriba, casi que la piel ni siquiera le cubría bien los huesos. Su mirada desprendía una agonía apenas comprensible para otros ojos, y un olor fétido de años de heces y orines fermentados. No sabía que era peor, si mirarlo fijamente a los ojos o respirar mientras estaba cerca de él.

“Estos chirretes”, supuso que era algún indigente loco o drogado. Cargo la escopeta, su sonido seco detuvo la marcha del anciano, le apuntó.
-Espere debe ayudarme, me persiguen, me van a matar- le suplica el extraño sujeto, agitado y sollozando. Él por otro lado, frío e indiferente, le responde sin dejar de apuntarle “No me interesa viejo marica, llévate tus problemas pa’ otro lado o los tendrás conmigo”. 

 Un motor se escucha  a lo lejos. El viejo mira en dirección al lejano rugir que se aproxima, y  corre en  al oscuro monte que está en la parte posterior de la estación y se extiende hasta el brazo del río; lo penetró y se perdió entre su espesura.

No mucho después un par de tipos arriban en una moto, el parrillero sostiene un revolver y al otro le sobresale del lado izquierdo de la pretina. El parrillero se quita el casco lentamente. “Se fue por allá” irrumpe Jairo señalando la dirección en que huyó el viejo, antes incluso de que el hombre se terminara de quitar el casco. Sin decir palabra, dan media vuelta y vuelven a la polvorienta carretera “Seguro entrarán por la trocha de los pescadores ¿Qué se habrá robao’ ese loco? ¿Qué habrá hecho?” pensó mientras entraba de nuevo en la caseta. En cuanto se sentó en su butaca miro el reloj  ¡Feliz Año Nuevo! Eran las doce y cinco.

El resto de su turno pasó sin más sucesos fuera de lo común. Termino. Víctor su relevo le dio feliz año y lo vio marcharse en el primer bus que salía para Barranquilla; durmió durante el viaje. Llego a la esquina de siempre, tomo un mototaxi, el único que había.

Llegó a su casa, tocó no había nadie. “Ya lo sospechaba, se quedó a dormir allá” pensó. Saludó brevemente, solo con el gesto, a unos cuantos vecinos reunidos a un par de casas. Subió a la moto, “llévame más adelante” dijo. Marcharon a casa de su tía, una vez allí, tocó el timbre, no tuvo que hacerlo dos veces. Su tía abrió, y al verlo soltó un largo suspiro y le abrazo. “Sabía que estabas bien, a ti nunca te pasa nada” Le dijo, sintió extrañeza. “¿Dónde está mamá?” preguntó un poco más ansioso. Le contó que le habían llamado de la comisaria media hora antes “Esta allá con tu prima y Joselo, pensábamos que habías sido tú, y ni modo de llamarte porque siempre andas sin celular” Dejó a su tía con unas cuantas palabras en la boca y subió una vez más al vehículo “Llévame ya a la comisaria, pero ¡ya!”.

Durante el trayecto se preguntaba que podía haber sido. Nada se le venía a la cabeza. En cinco minutos llegaron a la comisaria. Se bajó, pagó “quédate con el vuelto” y subió las escaleras corriendo, entró; su madre estaba sentada llorando en la sala de espera. Una policía joven le acompañaba, no había rastro ni de su prima, ni de Joselo. Eran las únicas dos personas en el lobby. “¿Mamá que ocurrió?” preguntó desconcertado.
-Ay mijo lindo encontraron a tu padre…
-¿¡Cómo que lo encontraron!?- interrumpió atónito.
-Si mijo, su cadáver, su cuerpo ¡Ay Dioj mioj! Lo encontraron, allá cerca del río, muerto a tiros, hace nada mijo, hace casi nada… lo mataron ahorita mismo, dicen ellos, los agentes…
Tuvo un siniestro presentimiento al escuchar esas palabras, se tragó un nudo de incertidumbre mientras sudaba frío, lívido comenzó a temblar y su piel a erizarse “¿Será…sería?” se repetía a sus adentros con el ahínco de la manía mas insidiosa.

Al mediodía cuando trajeron el occiso para su reconocimiento formal, lo confirmó y en cuanto se dio cuenta cayó de espaldas en los brazos de un policía…No, no era el andrajoso de la bomba.

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