A MIL DÍAS DE INICIADOS LOS DIÁLOGOS: RETOS Y ESPERANZAS VIGENTES. (IDEAS PARA DEBATE).
Por: Edwin
García.
Integrante de la Juventud Rebelde de Colombia.
Integrante del
Movimiento Político y Social Marcha Patriótica.Integrante de la Juventud Rebelde de Colombia.
En el Palacio de Convenciones de La Habana se desarrollan los ciclos de diálogos |
“Revolución… es sentido del momento histórico… Es luchar con audacia, inteligencia y realismo”.
Cte. en Jefe Fidel Castro.
Entre
retrocesos y avances, el proceso de diálogos de las FARC-EP y el Gobierno de
Juan Manuel Santos arroja importantes elementos de análisis que, vistos desde
la perspectiva dialéctica, dejan un sinnúmero de enseñanzas al campo popular en
su ruta inexorable hacia el poder, y, en general, a la sociedad colombiana que,
en su mayoría, aspira a la terminación del conflicto armado interno y a la
posibilidad de vivir tranquilamente, en un entorno donde prime la razón sobre
el ruido feroz de las bombas.
No obstante, el carácter de proceso que debe tener el
diálogo en La Habana no ha sido interpretado, ni aun aceptado, por la
oligarquía granadina. El objeto de un proceso es irse acercando paulatinamente
a la meta fijada, cursando procedimientos y etapas (ciclos), y teniendo en
cuenta que los tiempos no responden a la voluntad individual o grupal, ni a la
pretensión ideal de subjetividades insulsas, como son, usualmente, la
subjetividades que se fundan en intereses mezquinos y estrechos, que limitan el
alcance y enfoque de cualquier análisis.
Asimismo, un proceso de diálogo, cualquiera que sea,
debe procurar desentrañar la verdad mancomunadamente; dialogar para llegar al
fondo de lo analizado, coronando peldaños gradualmente y sobre la base de análisis
objetivos que aseguren el esclarecimiento de la verdad y la consecución de
acuerdos garantes de la superación de los conflictos objetos del diálogo. De no
ser esa la lógica, no podrá llamarse diálogo, al contrario, habrá imposición
unilateral y jamás se materializará el ejercicio presupuestal del diálogo, cual
es el intercambio de ideas y consideraciones, respetando y teniendo en cuenta
lo que la otra parte plantea.
La clase adinerada del país, la cual gobierna desde
los albores de la República, ha pretendido sentarse a la actual mesa de diálogo
con las FARC-EP, para levantarse con el mismo impulso inmediato y así “resolver”
de manera exprés un conflicto cuyas causas no han sido aprehendidas por esa
oligarquía. Pretender solucionar así el conflicto, sin analizar a fondo sus
causas, es la pretensión más idealista que se puede tener, y al parecer en esta
clase dominante prima el idealismo más vulgar y, además, agresivo. Este
conflicto no podrá resolverse decretando tiempos, ni imponiendo términos
fatales que nieguen la posibilidad de un verdadero proceso de diálogo, que curse
paulatinamente unas etapas fortaleciendo progresivamente la confianza de las
partes; tampoco será imponiendo miradas unilaterales, sesgadas y dispuestas por
intereses estrechos, que castran la posibilidad de un análisis amplio y general
de las causas del conflicto y de la historia del país.
Se ha dicho suficientemente que la naturaleza de
nuestro conflicto interno tiene claros componentes económicos, políticos y sociales,
que se expresan potentemente a través del componente militar, siendo este último
una expresión técnica (una parte) del todo que conforma la complejidad del
conflicto del país. La sana lógica dirá, entonces, que para diluir el
componente militar, debe enfocarse en resolver las causas que se expresan a
través de él. Así, el proceso de dialogo debe apuntar a resolver estos
componentes (económico, político, social y cultural), para sustraer la
necesidad de su expresión militar.
Sana será también la reflexión, ya de carácter
político, que, precisamente, la complejidad del conflicto no permitirá su solución
plena en una mesa de diálogos entre partes que no subsumen la totalidad de los
sujetos involucrados, aunque si los representan, como quiera que son expresivas
de los intereses irreconciliables de las dos clases sociales en pugna: por una
parte, la clase burguesa o, por lo menos, dueña del capital y los medios de
producción (gobernante hasta ahora); y por la otra parte, la insurgencia,
representativa de las clases trabajadoras, es decir, aquellas que carecen de
los medios de producción y para sobrevivir se ven obligadas a trabajar de sol a
sol, en las condiciones más precarias.
En Oslo-Noruega se instaló la Mesa de Diálogos en octubre del 2012 |
Lo que viene dicho aparentemente denota una
contradicción, entonces: ¿deben atenderse y resolverse en la mesa de diálogo
las causas que dieron origen al conflicto, en sus componentes integrales, sí o
no? En la mesa de diálogo deben atenderse esas causas, tratarse y encaminarse
soluciones tendientes a superarlas. Atenderlas, mas no pretender resolverlas ahí,
y mucho menos en lapsos forzados, como pretende el establecimiento, al
considerar que en un corto plazo, de un solo plumazo, podrá recoger la rúbrica
de la claudicación insurgente, y así, como por arte de magia, acabar el
conflicto.
Las soluciones de fondo deben pasar por la
participación directa de la totalidad de sujetos que intervienen y padecen el
conflicto. Es decir, en la mesa de diálogos entre las FARC-EP y el Gobierno de
Juan Manuel Santos debe avanzarse en esbozar recetas que permitan encauzar soluciones
del conflicto en su integralidad, de modo que esas recetas sean refrendadas, ampliadas
y aplicadas por la totalidad de sujetos del conflicto (constituyente primario
en general), respecto a lo cual el medio más idóneo hasta ahora inventado es la
Asamblea Nacional Constituyente (ANC), de la cual debe surgir una Nueva
Constitución que eleve a norma de normas lo acordado en la mesa, refrendado y
ampliado por el constituyente primario.
El
proceso de diálogos es el medio para establecer líneas gruesas que conduzcan a
un acuerdo entre las partes directamente involucradas en el componente militar
del conflicto, como primer paso. El constituyente primario, a través de una
ANC, tendrá que elevar a categoría de norma superior (constitución) esos
acuerdos iniciales. Esto debe significar la supresión del componente militar
del conflicto, y que ya nunca más sea necesario dirimir las contradicciones
económicas, políticas, sociales y culturales, usando las armas.
Como es evidente, se entiende que el acuerdo y la Nueva
Constitución no eliminarían de tajo las contradicciones entre los dueños del
capital y los trabajadores, pero permitirán avanzar hacia un estado en que
dichas contradicciones se traten de modo racional, y no por medio de la
brutalidad militarista, el aplastamiento del contradictor, la eliminación
física del más débil, el uso desproporcionado de una fuerza descomunal contra
un supuesto “enemigo interno”, o la declaratoria de guerra contra quienes
justamente exigen la posibilidad de un espacio en este país y el derecho a
vivir dignamente, con un mínimo de bienestar consecuente con la calidad de
integrantes de la familia humana que nos cobija a todos.
De este modo, a lo que aspiramos es a que se pueda
continuar la confrontación de ideas y propuestas por la vía menos violenta, sin
lamentar la pérdida de personas valiosas, porque, ciertamente, la paz vendría
siendo el desarrollo de la política en un medio no violento1, por lo
que, entre otras cosas, no cabe hablar de desmovilizaciones, ya que nadie que
haya abrazado fielmente ideales nobles y se haya comprometido, por encima de
todo, con la lucha en defensa de los trabajadores, se desmovilizará de esa
pretensión, y por el contrario su lucha continuará por el medio más idóneo que
encuentre, lo cual esperamos sea en paz con justicia social. Como siempre ha
ocurrido, la posibilidad de abrir el debate nacional y superar la guerra, está
en manos de la clase gobernante.
Así las cosas, a mil días de la iniciación del diálogo
FARC-EP – Gobierno Santos, urge tener claridad respecto a la experiencia que
arrojan estos tres últimos años, las dificultades que se encuentran en el
desarrollo de los diálogos y lo que está en juego en La Habana, para ubicar muy
bien todo esto dentro de la estrategia que nos motiva, y la táctica más
apropiada para avanzar hacia ella. Tener claro las perspectivas de nuestra
lucha, y el lugar que el proceso de diálogo tiene en ella.
Sin duda, estos mil días del diálogo y todo lo que se
ha motivado a partir y alrededor de ellos, dentro de lo que señalamos el
ascenso muy importante de los niveles de organización, movilización y lucha
política de los sectores populares, representan un interesante acumulado que
brinda a los revolucionarios la oportunidad de pensarse con vocación de poder y
plantearse la posibilidad de avanzar hacia escenarios decisivos de la lucha
actual, que recoge siglos de resistencia y las más diversas experiencias
organizativas y generadoras de conciencia en las bases populares.
Hoy no estamos ante la situación de hace diez años, por
ejemplo, Latinoamérica no se configura igual, y el imperialismo no ostenta el
mismo poder (por lo menos no con tanta facilidad); lo que hoy vemos asomándose
en el horizonte como posibilidad cierta de ser poder, ayer no lo veíamos ni
siquiera entre la bruma. Todo esto hace parte de lo que hemos andado, entre
retrocesos y avances, a partir de esfuerzos aun desarticulados, pero
importantes desde todo punto de vista, del conjunto del movimiento democrático, progresista y
revolucionario que, a campo traviesa,
madura entre condiciones sumamente complejas, y avanza hacia la unidad para
entrar a determinar la suerte de Nuestra América, pasando por la
materialización, aún pendiente, del sueño llamado COLOMBIA.
Cada experiencia es un aprendizaje para quien tiene la
facultad de interpretarla y procesarla como tal. La experiencia acumulada de
este modo representa un potencial que permite, incluso, prever lo futuro: quien
tiene la facultad de procesar acertadamente las experiencias, se acerca al
poder omnímodo de prever el futuro, permitiéndose alejarse del peligro y
proceder acertadamente, o por lo menos sin yerros exagerados. Para El
Libertador, “el arte de la política es el de precaver”; quien mejor aplique
esta máxima, estará más cerca de alzarse con victorias en lo político.
Nota:
1 Si
tenemos como cierta la precisión que Lenin hace de la sentencia de Clausewitz,
respecto a que “la guerra es la continuación de la política por otros medios,
medios violentos”, no estaremos lejos de considerar que la paz vendría a ser el
desarrollo de la política por medios no violentos.
Es decir, la paz presupone la confrontación política no violenta (por lo menos
no a los niveles de violencia propios de una guerra). Otra cosa será la
ausencia total de confrontación política, que supone un estadio de abolición de
clases sociales y del estado como rector de la confrontación entre esas clases.
Para que no haya confrontación política, se requiere que no haya clases
sociales.
Si la paz implica la posibilidad de desarrollar y
hacer la política a través de medios no violentos, en nuestro país se requiere
que la paz tenga el ingrediente adicional de la justicia social, para que se
posibilite realmente el desarrollo de la política sin violencia. Veámoslo así: unos
mínimos de justicia social permitirían que el Estado pueda regular “pacíficamente”
las contradicciones (irreconciliables) de las clases, por lo menos
transitoriamente, porque, indudablemente, el carácter revolucionario de la
lucha de clases lleva implícito la superación absoluta de las clases y el
estado. El sujeto revolucionario conducirá la sociedad a ese escenario, por lo
que a la burguesía no le queda más que procurar prolongar al máximo su
existencia propia, a sabiendas que el dictamen de la historia señala su derrota
y desaparición, de acuerdo al mismo desarrollo natural de la sociedad
capitalista.
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