LO QUE QUIEREN CONTAR LOS GRUPOS DEL PODER, ESA HA SIDO LA “HISTORIA OFICIAL”.

Por: Edwin García.

Mariscal Antonio José de Sucre

“…El historiador no debe olvidar nada, todo lo debe recoger para presentar al mundo y a la posteridad los hechos tal como han pasado, los hombres tales como han sido y el bien o el mal que hayan procurado al país”.
S.E. El Libertador Simón Bolívar.

La semana inmediatamente anterior se cumplió el aniversario 185 de la muerte del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre. Corría el fatídico año de 1830, el más aciago para la historia de Colombia, cuando el 4 de junio fue asesinado en las montañas de Berruecos el que era considerado el oficial más fiel a la causa bolivariana, en momentos en que se dirigía al sur, a reunirse con su señora, Marquesa de Solanda, y su pequeña hija Teresita. El Mariscal, aburrido por las intrigas y conspiraciones divisionistas del partido santanderista, decidió retirarse a Quito, a la vieja casona donde había crecido su esposa Mariana. Esta casona fue restaurada por él, quien la idealizaba como el refugio familiar y protector frente a la perfidia de quienes auspiciaban la fragmentación de Colombia. La tragedia no paró, como suele suceder una vez se desata, y una vez más se ensañó contra el apellido Sucre, cuando la pequeña Teresita cayó años más tarde desde uno de los balcones de la casona, mientras jugaba en brazos de su padrastro, el general Barriga, bogotano de nacimiento. El hijo de éste, Manuel Felipe Barriga Carcelén, pasó a heredar toda la fortuna de la marquesa, familia Carcelén.

El Mariscal no pudo llegar a su destino, porque tres balazos, ¡malditos balazos!, acabaron la vida del héroe con apenas treinta y cinco años de edad. Nacido en 1795, era doce años menor que el Libertador, con quien, no obstante la diferencia de edad, construyó una fuerte amistad. Sucre era el general más reconocido, admirado y querido por las pobrerías de aquel entonces, y su fama creció con cada una de las batallas que dirigió y ganó para la causa independentista. Colombia debía ser imagen y semejanza de Sucre; si queremos saber cómo soñaba Bolívar a Colombia, es necesario conocer el carácter, semblanza y heroicidad del Gran Mariscal1: su nobleza de espíritu, honestidad, valentía y elevadas virtudes ciudadanas y militares, debían distinguir a los hijos de Colombia, así lo quería Bolívar.

Quizá fue el general Mariano Montilla el único que se atrevió a llevar la noticia al Libertador, quien casi como estertor lanzó una voz con la más aguda pesadumbre: ¡fue Obando, fue Obando..! Las causas y pesquisas adelantadas en la época señalaron como autores materiales del crimen a Juan Gregorio Sarria y José Herazo, asesinos a sueldo de la nómina de José María Obando. La orden escrita fue llevada por Apolinar Morillo, quien se encargó de planificar la emboscada, en la que además participaron tres soldados más, quienes apenas alcanzaron a pasar con vida el fin de ese mismo año de 1830: esos tres infelices murieron, en “extrañas” circunstancias, meses después del asesinato del Mariscal Sucre. El señor Morillo reveló años más tarde su “secreto”: el determinador fue Obando.  

Obando recibió la espada de Santander como prueba de gratitud por los servicios prestados y por ser uno de los más fieles detentadores del legado de “ese hombre de leyes”, como despectivamente lo describió Bolívar para significar la incapacidad del granadino en el campo militar. Santander impartió la orden del tal reconocimiento como última voluntad en su testamento. Obando recibía así beneplácito para ser Presidente de la Republica. Su compadre, José Hilario López, quien igualmente asechó al Mariscal Sucre con la intención de “hacer con él lo que en Bogotá no hicieron con Bolívar”, también llegó a ser Presidente del país. Cabe recordar, de paso, que Obando fue derrocado por el general José María Melo, quien encabezó una fugaz insurrección de artesanos a favor del proteccionismo, en contra del librecambismo (precursor del neoliberalismo) que encarnaba el mismo Obando, López y compañía.

Pues, resulta que hoy día Obando es el egregio apellido que llevan calles, plazas y parques en el país. Hoy día Obando es un prohombre, y significa un prócer en nuestra historia. Recibe los más encumbrados calificativos, y se enseña como defensor acérrimo de la libertad y la democracia. Así como él, muchos otros personajes de ayer y de hoy son puestos como adalides de la causa noble de los desamparados y la democracia, mientras otros, que realmente se entregaron completos a las causas altruistas de los pobres y excluidos, son borrados de la historia (entiéndase historia oficial) y desterrados de las plazas, de las calles y de la memoria del pueblo que ignora su verdadera procedencia y desconoce a los verdaderos defensores de sus intereses.

Retrato sobre el atentado en donde asesinaron al Mariscal Sucre

Como siempre, este cuatro de junio pasó desapercibido: no hubo homenajes, no hubo actos cívicos en las escuelas, no sonaron salvas por quien selló en Ayacucho, con la más bella victoria, la libertad de un continente. Esa historia oficial dejó al Mariscal escondido en las páginas ilegibles del olvido atroz, y su crimen en la impunidad. Muy pocos mencionaron su nombre, y menos aún reflexionaron a cerca de nuestra verdadera identidad, sobre nuestros verdaderos paradigmas.

La historia puesta al servicio de lo que quieren contar los grupos del poder; la historia como elemento de dominación y tergiversación. La historia empleada para sustraer de nuestra memoria colectiva episodios enteros que configuran nuestro ser y determinan el presente. ¡Si me lo contaran, no lo creyera!: en este país las castas que vencieron el proyecto bolivariano, las mismas que aun hoy siguen dominando, emplean la historia oficial (apoyadas también en el aparato de propaganda burgués) para borrar episodios enteros, hechos relevantes, escenarios gigantescos y hasta movilizaciones de millones de personas.

Es menester descubrir los rostros del crimen, de la perfidia y de los homicidas, de ayer y de hoy, del proyecto llamado Colombia. Las trasgresiones de lesa patria deben conocerse en persona, es apenas necesario para redescubrirnos y reencontrarnos. ¡Tantas verdades que desentrañar, tantos nombres que lavar y tantas calles que rebautizar! Hace falta descubrir la verdadera historia del país, para encontrar los responsables de nuestra debacle como nación y enrumbarnos hacia un horizonte de grandeza, como debe ser el que depare la posteridad a la porción más hermosa del orbe.

En esta dirección, el acuerdo para establecer la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, genera cierta esperanza, en cuanto a darle al país una importante posibilidad de conocer qué ha pasado realmente en el conflicto y sus antecedentes, quiénes tienen responsabilidades prevalentes, y cuáles fueron los móviles para desatar una orgía continua de guerra. A lo menos esta Comisión debe ser un punto de partida formal que involucre a la institucionalidad y a la sociedad en general, en el esclarecimiento de responsabilidades. Será un avance aunque sea sólo por el hecho de llamar la atención respecto a la urgencia de escudriñar aspectos de la historia del país; no obstante, el establecimiento de la Comisión presupone y significa ya que hay una historia oficial que adolece de falencias e inconsistencias y de una verdad subrepticia y hasta estos días oculta.

La investigación seria de nuestra historia, realizada por gente comprometida con el futuro del país y no por historiadores a sueldo de los grupos de poder, es un precepto determinador de verdadera justica. Seguramente esa nueva historia que debe empezar a develarse dejará al descubierto figuras de la más despreciable calaña, figuras que han pretendido venderse como respetables y hasta admirables, y empezarán a caer las placas de mármol de un estado constituido y mantenido a fuerza de embustes, encubrimiento de crímenes y dolor de pueblo. Por supuesto, a esto le teme el doctor José Obdulio Gaviria y sus copartidarios, al igual que otros tantos colegionarios de las casas políticas tradicionales que desde siempre han usurpado el poder y dirigido desde sus cómodos escritorios la guerra contra el pueblo, creando grupos de “pájaros”, “chulavitas”, Convivir, o bloques Capital.

Lo difícil será darle a esa Comisión los mecanismos que le permitan hacer un ejercicio serio, sin que las prácticas encubridoras de quienes han escrito la historia oficial se precipiten a obstaculizar su desempeño. Por ejemplo, esta Comisión debe contar con la desclasificación de los archivos secretos de los organismos del estado, para determinar la responsabilidad de las instituciones y sus agentes en fenómenos como el paramilitarismo, el narcotráfico, la desapariciones de los líderes de izquierda y revolucionarios, los “falsos positivos”, entre otros.

El ejercicio de descubrir la verdad del conflicto debe conducir necesariamente a establecer también unas responsabilidades jurídicas, porque lo contrario sería tener la verdad y no hacer nada con ella. Hoy día se ha dicho que la Comisión no tendrá carácter jurídico, ni sus resultados serán objeto de investigaciones penales, pero frente a eso confiamos en que, como sucedió en Argentina con los responsables de las atrocidades durante las dictaduras, las verdades que revele la Comisión sirvan para adelantar causas penales contra quienes promovieron, auspiciaron y aplicaron la guerra sucia contra el pueblo.

Pero, de hecho, más allá de las implicaciones penales, lo que más debe interesarnos son las implicaciones políticas que este ejercicio puede traer consigo, porque lo fundamental será que las masas conozcan la verdad de su historia, y puedan identificar a sus verdugos; al fin y al cabo, el juicio definitivo de la historia lo harán las masas de pueblo que sabrán definir con quien se la jugarán para construir una Colombia nueva.

Conocer la verdad en este país de por sí puede desencadenar fuerzas inesperadas; por eso, cuando la verdad ha sido secuestrada por el poder, exigir que se descubra también es un planteamiento de alcances revolucionarios. Ojalá por esta ruta desenmascaremos a los Obando, López, y muchos otros de esa estirpe que en la actualidad se pavonean como denodados compatriotas, encubriendo el fétido olor de sus actuaciones criminales con perfumes costosos, y el rostro de miles de desaparecidos, con las caras rozagantes y los buenos peinados con los que se presentan en la televisión para engañar al pueblo y dejar impunes sus traidoras comisiones.          

Tácitamente el gobierno Santos ha aceptado la condición enclenque de la historia sobre la que se sustenta el actual régimen, por eso es necesario exigirle que actué en consecuencia con la necesidad de descubrir la verdadera historia, sobre cuyas bases debe edificarse el acuerdo para una paz estable y duradera.  

                                                                                                                 
Notas:
1 “A todo añadiré que el Gran Mariscal de Ayacucho es valiente entre los valientes, leal entre los leales, amigo de las leyes y no del despotismo, partidario del orden, enemigo de la anarquía y, finalmente, un verdadero liberal”. (Bolívar describiendo a Sucre). Diario de Bucaramanga. Luis Perú de Lacroix. 

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