CERCENAR LA LIBERTAD DE CÁTEDRA ¿PROYECTO O REALIDAD?
Por: William Alexander
Aguirre
La radicación de un proyecto de ley que pone límites
a la libertad de cátedra en las escuelas, por parte del Centro Democrático,
generó un revuelo entre docentes y académicos (opacado prontamente por los
medios de comunicación en medio de los shows mediáticos en contra de Venezuela
y la JEP). La medida ésta orientada abiertamente a censurar a los maestros
frente al entorno social y político del país. Sin embargo, es prudente
preguntarnos qué tan lejos está nuestro país del modelo educativo que proyecta
el uribismo, con el objetivo de saber si el proyecto de ley responde a la
necesidad de reprimir el ejercicio de la docencia, o por el contrario, a materializar
normativamente un modelo implementado desde hace décadas en nuestras escuelas.
Cuando H. Marcuse señalaba que el hecho de
presentarse una aprobación mayoritaria de esta
sociedad no la hace menos irracional y menos reprochable, se refería a
aquellas sociedades industriales avanzadas, donde el nivel de progreso
tecnológico había dado paso a nuevas formas de control y la instauración de un
pensamiento unidimensional, todo ello resulta bastante alejado de la realidad
colombiana en la que el proyecto de modernidad ni siquiera aparece en la agenda
de la elite poderosa del país.
Pese a esto, el pensamiento único se ha tomado desde
hace por lo menos dos décadas a buena parte de la sociedad colombiana, no solo
por medio de los dispositivos de control masivos (la prensa, la radio, la
televisión y las redes sociales), además, a través de los claustros educativos y
la política misma.
Hace muchos años que en los campus universitarios
pulula el paradigma positivista, que entiende al conocimiento como un elemento
absolutamente imparcial, que debe estar alejado de cualquier matiz ideológico
para conservar la pureza misma de los fenómenos que se intentan conocer. Esta
posición “anti-ideológica” quizás sea la más cargada ideológicamente en el
plano académico, en la medida que solo resulta positivo aquello que reafirma el
conocimiento establecido, siendo cualquier viso trasgresor catalogado como
sesgo doctrinario.
La política, en el terreno positivista pasa entonces
del campo social al campo de lo técnico, y solo quienes tengan manejo de los
complejos instrumentos de la macroeconomía tienen derecho a opinar y decidir
sobre el país. Hoy los impuestos y los subsidios se discuten frente a las
posibilidades técnicas de garantizar los derechos a las personas, y cualquier
reclamo frente a los veredictos “imparciales” de la tecnocracia, es
inquisidoramente señalado de ideología. Por eso, quienes conocen del tema son
los llamados a restringir el acceso a la educación, mientras los que promueven
su universalización son simples populistas influenciados por el socialismo.
Las instituciones de educación hace rato son
reproducción del proyecto que representa el Centro Democrático y otros
partidos. Lo que resulta inadmisible para muchos es que pretendan transformar
la coerción ideológica en represión policial. Por lo anterior, el hombre
unidimensional en Colombia se pretende construir con métodos del catecismo
medieval. Hoy para muchos la polémica no se centra en si la educación impartida
debe ser “imparcial” o no, sino en la conveniencia de castigar a quienes rompan
con el catequismo. Ojalá dicha coyuntura permita discutir más allá de la
prohibición, el modelo educativo en general.
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